Era una ciudad joven, pero con ínfulas de tradición. Joven, porque no habían pasado ochenta años desde el heroico recorrido de Patricio Fermín López, ese campesino de Rionegro que fundó primero a Santa Rosa de Cabal y luego, en la famosa ‘expedición de los 20’, se estableció en Manizales. Y a su vez de tradición, porque muchos de esos pioneros paisas del primer medio siglo venían de Sonsón, que sigue siendo hoy quizás más por olvido que por convicción un núcleo feraz de valores antioqueños.
Muchas ciudades han sido forjadas por las cicatrices de grandes y pavorosos incendios; Manizales es una de ellas. En los años veinte Manizales era una ciudad próspera. En sus casas abundaban los lujos europeos, y los hijos de las buenas familias se formaban en universidades del Viejo Mundo. Las compañías de teatro, de tango y de ópera nacionales y extranjeras la incluían siempre en sus giras.