...de las últimas letras que alguna vez fueron elegidas. Durante la estadía de los enviados de Viva, no emitió sonidos, pero sí su leyenda.
El faro tiene a sus pies un cementerio con ocho cruces sin nombre, que nadie visita ni adorna con flores. Una de las tumbas está acorralada por barrotes de acero, como si fuera la cuna de un bebé. Fuera del perímetro de piedras blancas hay una cruz más, desterrada del conjunto, al cobijo de unas rocas.
Fotos
antiguas muestran que el camposanto estuvo en peores condiciones, hasta que los serenos del faro lo arreglaron, lo pintaron a y apuntalaron las maderas que recuerdan la crucifixión. Hoy, igual, una apareció tumbada.
No hay placas, ni fechas, ni fotos de los que allí descansan. Pero sí respeto, porque han ocurrido cosas extrañas. Cuentan que un pescador, atascado en el barro, subió los escalones del peñón para agradecer la ayuda de un hombre que acababa de entrar a la casa.
–¿De qué hombre habla? –le preguntó el suboficial a cargo.
–Del que acaba de entrar, el señor de bigotes, vestido de blanco –respondió.
–Es que acá no hay nadie más que yo…
Y no había nadie más. O tal vez sí.
Un hombre de bigotes cuidó del faro un siglo atrás...
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