El comienzo del sendero es muy tranquilo y apacible. A los pocos pasos el bosque nos envolvió completamente y nos sentimos parte de la naturaleza. Sólo se escuchaban nuestros pasos y el canto de las aves por aquí y allá. Las lengas y ñires fueron siendo reemplazadas por cohihues y el suelo se llenó de enormes helechos, musgos y enredaderas que cubren troncos caídos. Como si hubiésemos pasado un portal mágico sin darnos cuenta, estábamos inmersos en humedad de la selva valdiviana.
Tras sólo media hora de caminata nos encontramos con una bifurcación en el camino. En medio un cartel nos indicaba: Cascada Dora hacia la izquierda, Cascada Santa Ana a la derecha. Antes de venir, nos habían aconsejado visitar primero la cascada Dora, por lo que tomamos hacia la izquierda. En aquel momento no sabíamos la razón, pero al terminar el día nos quedaría bien claro.
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