Durante las excavaciones, fueron hallados huecos en la ceniza que habían contenido restos humanos. En 1860, el arqueólogo italiano Giuseppe Fiorelli sugirió rellenar estos huecos con yeso, obteniendo así moldes que mostraban con gran precisión el último momento de la vida de los ciudadanos que no pudieron escapar a la erupción.
Luego de pasar tantos siglos bajo la lava, Pompeya se mantiene intacta y, por sobre todo, es la fiel representación de cómo era una ciudad romana en su época.